Después de que falleciera el maestro, su taller en Chile siguió funcionando, sin faltar una semana, y desde el mismo año 2017, comenzamos a alternar la tarea de escribir cuentos y novelas, con los trabajos por la memoria de Poli, a esa segunda componente del taller, le llamamos Polinización, y ha incluido escribir y publicar artículos sobre él y su obra, publicar libros en base al trabajo de su taller, organizar encuentros de homenaje, y la creación de este sitio web, entre otras actividades.
En este espacio compartiremos cuentos y textos de sus talleristas.
En la cuerda floja
de Mariela Isabel Ríos Ruiz- Tagle
Licenciada en Antropología Social, Universidad de Chile, año 1981. Diplomada en Filosofía, Universidad Alberto Hurtado, año 2003.
Escribe poesía, cuento y narrativa. Sus textos aparecen en antologías chilenas y extranjeras.
El año 1979 obtiene premio mención “Cuento breve”, en Buenos Aires. El año 1984 obtiene premio mención “Poesía”, en Puerto Rico, por el poema extenso “Madre espina de campos absolutos”, re- editado año 2021, Editorial Entre paréntesis. Entre sus obras publicadas figuran: “Blue Moon”, novela, segunda edición, Editorial Segismundo, año 2014; “Los azules prados del tiempo”, poesía, Editorial Segismundo, año 2014; “Hija única”, microcuentos, Editorial Segismundo, año 2016. Fue en el Taller de Poli Délano donde decidió proseguir en el camino donde la brevedad adquiere una lógica mágica, casi surrealista e irreal.
En la cuerda floja
-La función debe comenzar -resopla la mujer regordeta, mientras se pone apresuradamente una malla negra con lentejuelas doradas.
Su voz cansada quiebra el silencio del pequeño camarín. La fuerte brisa del exterior mueve la tela presagiando lluvia. El ruido se confunde con los quejidos tenues que ella emite ante la dificultad de cerrar la cremallera. El traje es una pieza minúscula para su rollizo cuerpo.
¡Por fin! – exclama, secándose el sudor de las axilas con un algodón al que untó crema desodorante.
En ese instante, y como siempre exasperada, sintió aquel leve apretón en su pierna derecha.
El zumbido de las moscas en torno de su tocador, plagado de cremas y frascos de colonia, se interrumpe por la risa particular y cotidiana del enano enfundado en un raído frac.
– ¡Helmut!, ya me tienes harta, la función pronto va a comenzar, apresúrate.
La mujer, como si repitiera un acto mil veces ejecutado, baja un tirante de sus hombros y saca con esfuerzo uno de sus pechos. Se sienta en un pequeño taburete.
A pesar de su tamaño, el pecho no ha perdido la forma, el enano busca trémulo el pezón, con sus pequeñas manos lo coge y succiona con placer.
El sonido del viento entra por las rendijas de la carpa.
-Valeria- susurra el hombre, mientras la mujer espera la finalización del rito.
Afuera comienzan a escucharse los primeros compases de la música del circo.
Arreglándose rápidamente el traje, Valeria se apresta a darse los últimos retoques antes de su aparición. Frente al espejo observa al maestro de ceremonias, sentado en la butaca como un mudo cancerbero espectral.
Valeria- piensa – ¡Hace cuanto tiempo que te conozco!, eras delgada, bella, un tanto arisca.
-Apresúrate- le dice-. Debes iniciar el espectáculo.
Lentamente, la pequeña sombra se levanta y traspasa la cortina que lo separa del exterior.
La mujer rocía talco en el escote y entre sus piernas, luego toma su cabellera negra y la sostiene con un peine antiguo.
Valeria se coloca sus zapatillas gastadas.
Mientras camina hacia el escenario Helmut se arregla la corbata de su frac y murmura entre dientes, debes acudir a escena, mi amor, como cuando eras joven y querías ser actriz, pero estás aquí conmigo.
Los ojillos de Helmut entre bambalinas observan las graderías. Tan sólo cinco personas.
-Porquería de gente-, reflexiona, ya no acuden al circo.
Acomoda sus solapas anunciando el primer número de la noche, Valeria la gran trapecista.
La observa subir hacia el último peldaño, desafiante como una pantera.
Ella no logra sostenerse sobre las altas cuerdas.
La mujer está tirada sobre el piso y es auxiliada por el domador de leones. Los demás integrantes del circo gritan y corren.
El enano cierra los ojos y se afirma sobre un pequeño taburete. Una gota de lluvia descansa sobre su rostro.
Y Managua se cubrió de guardabarrancos
de Cecilia Ostornol Almarza,
Arquitecta chilena exiliada en RDA, Cuba y Nicaragua. Esta crónica fue publicada en 2018 en el libro “Por la senda de Gabriela en la Revolución Sandinista: Crónica de Mujeres.
Actualmente integra el Taller Literario de Poli Délano
Y Managua se cubrió de Guardabarrancos
Vendrá la guerra, amor
y nos confundiremos en las trincheras
Cavando el futuro en las faldas de la Patria
deteniendo apunta de corazón y fuego
las hordas de barbaros
pretendiendo llevarse lo que somos y amamos.
¡No pasarán, amor
Los venceremos!
Extracto de Canto de Guerra, Gioconda Belli
Iván arribó en marzo de 1981 a Managua y al día siguiente lo recibía el alcalde Samuel Santos incorporándolo a su equipo, dificultando el “aterrizaje familiar”.
Habíamos acordado previamente que lo mejor era que él fuera en una avanzada y cuando hubiera las condiciones básicas, es decir trabajo y casa, nosotros le seguiríamos. En La Habana, quedé sola a cargo de los hijos: mi Pablo de 10 y su Iván de 12, contando los días para viajar.
Mientras, otro tanto ocurría con los “Marianos”. Grandes amigos, hoy hermanos. Arreglamos con ellos para quedarnos con ellos un tiempo y viajamos todos un 23 de julio de 1981, cuando se cumplían ya dos años del triunfo de la Revolución.
El país funcionaba con normalidad, o al menos el aeropuerto, que era un hervidero humano. Llamaba la atención la juventud de sus autoridades: muchachas jóvenes vestidas de verde olivo, de espléndidas sonrisas, cumpliendo con las tareas propias de migración. De pronto, se produjo un gran revuelo de seguridad, causado por alguna autoridad o delegación que ingresaba escoltada a una sala fresca y oscura, en contraste con la luminosidad del salón donde arribamos. Mientras pasaba por la ventanilla de migración, miré curiosa tratando de superar mi encandilamiento y reconocí maravillada a Julio Cortázar, cuya estatura superaba como sesenta centímetros el promedio de los presentes. Alguien, demostrando estar muy enterado, comentó que todos los que habían estado presentes en las celebraciones del 10 de Julio ahora abordarían el avión de Cubana, con destino a La Habana, para asistir a la conmemoración del “26”. La joven oficial llamó mi atención Con unos golpecitos en la ventanilla, para entregarme los documentos, y me dijo ¡BienBenida a la tierra de Hombres Libres, compa! ¡Sí! Así con B larga (Los nicas hablan sólo con “B”).
Fue mi primer contacto fónico directo con los nicas. Aunque ya los compas nuestros los imitaban muy bien y de hecho ya hablaban así, me hizo gracia y estuve feliz de escucharlos en Managua.
Al fin se cumplía es sueño de sumarse a la noble tarea de la Reconstrucción Nacional y esto lo haría con Iván, mi nueva familia y en puerto seguro. Al menos eso creía y creí por algún rato.
El trayecto por la carretera norte se me hizo familiar. Tenía el mismo aspecto “cincuentero” que la Panamericana de Santiago. Giramos y tomamos una pista de adoquines escoltada por altos pastizales y esbeltas luminarias urbanas. En medio de la nada, un frenazo, y el Jeep se detiene en seco, Alcancé a asustarme un tantito cuando veo que se trata de un rebaño de vacas Cebú cruzando la calzada. Iván risueño me dice: te presento el centro de Managua.
Parece que esa broma era de rigor, para todos los recién llegados pues en la noche, Mariano e Iván nos hicieron un City Tour, y encaramados sobre la Loma de Tiscapa, mirador natural de la ciudad, observamos Managua de noche. A lo lejos se divisaban “manchones” de luces que delataban “pedazos” de ciudad oscuros, en el centro ya a la izquierda. Mariano comentó jocoso: “ahí está el centro de la ciudad, lo que pasa es que la tenemos escondida por razones de seguridad”. Leer Más
Yo maté a Poli Délano
de Juan José “Juanjo” Lizama Ovalle
Juanjo es ingeniero civil industrial e integró el Taller de Poli desde 2011 a 2017.
Yo maté a Poli Délano
A la memoria de mi amigo Poli Délano, por todos los brindis que no llegamos a hacer.
¿Qué hora es? Las dos de la mañana ¿Y tú qué haces acá a esta hora? Vengo a matarte. ¿Me estás hueviando? No, no te estoy hueviando, esta mañana me pediste eso, ¿o no? Sí. ¿O te arrepentiste? Porque si te arrepentiste, dímelo y me voy de este hospital. No, no, por favor, procedamos, dime ¿cuál es la fórmula? No lo sé, solo vine a matarte, no pensé cómo. ¡Ah, no!, esa no es la idea. ¿Y cuál es la idea entonces, Poli? Morir, pero en silencio y en la literatura. Entiendo, entiendo. No, no lo entiendes, pero tan solo hazlo. Y los demás pacientes, ¿dónde se fueron? ¿Cuáles pacientes? Los que estaban acá, en las camillas frente a ti. Ah. ¿Los recuerdas? Sí, los recuerdo. ¿Los dieron de alta? Léeme un cuento, y luego me matas. Ok, pero ¿cómo te mato? Léeme el cuento, después vemos cómo. Dale. ¿Qué es dale? Nada, no te preocupes. ¿Cómo que nada? Traje whisky, ¿quieres un trago? Sí, claro. Llevo veinte días de abstinencia, necesito un whisky, dámelo. Bueno, toma, tómatelo al seco. Claro, al seco. ¿Cómo está? Impecable, no sabes cuánto lo necesitaba. Sí, lo sé, es decir, Juan Camilo me lo dijo esta mañana: Poli está verde por un whisky. Sí, llevo días pidiéndole, pero no se atreve a dar el paso, le tiene miedo a mi hija y a mi mujer. Es normal. Nada es normal, ahora déjate de huevadas, léeme el cuento. Déjame abrir la ventana. Pero va a entrar el viento y nos dará frío. ¿No quieres morir? Sí. Entonces, abramos la ventana. Qué cuento trajiste. Traigo varios, para que elijas. No quiero elegir, no estoy de ánimo. Entiendo. Lee, lee por favor. Bueno, escucha…
…El caballo sigue comiendo heno, escucha a su viejo amo y exhala un aliento húmedo y cálido. Yona, escuchado al cabo por un ser viviente, desahoga su corazón contándoselo todo. Fin. Gracias, gracias. Es la hora. Dame otro corto de whisky mejor. Bueno. ¿Qué haces? ¿No querías whisky? Sí, pero por qué te paras al lado de la bolsa del suero. Para darte whisky. Oye, ¿Qué estás haciendo? Dándote whisky Poli, dándote whisky. ¡Hey, para! quiero un corto en vaso, no a la vena, ¡detente! Llegó la hora Poli, hagamos todo de una vez. ¡La hora de qué huevón! De matarte. ¿Matarme? Sí, acabemos con tu sufrimiento de una vez, ¿o quieres vivir con esa neumonía y en silla de ruedas lo que te queda de vida? Los doctores dijeron que la neumonía va cediendo, y que podían operarme con éxito el coágulo de la médula. Juan Camilo dijo que los doctores hablan puras huevadas. Es cierto, ¡qué huevada! ¡Mátame mejor! Leer Más
La cuerda
de Roxana Álvarez; Integrante del Taller de Poli Délano
El cuento “La cuerda” fue seleccionado en el concurso de revista Paula 2001 y publicado, ese año, en el conjunto “Cachorro y otros cuentos”.
La Cuerda
Todo había salido bien en el despegue -celebró Angelino-, contemplando como lentamente los altos picachos de la Cordillera de Los Andes, dibujados apenas por las últimas luces del atardecer, iban quedando abajo y el avión estabilizaba su rumbo. Por eso, cuando la aeromoza se acercó para ofrecerle un trago, lo aceptó feliz.
Observó los hielos flotar en el licor y recordó con claridad el mohín caprichoso con que su hija había obtenido la promesa. Los viajes en avión le provocaban temor, pero cuando ella, al poco tiempo de casada, partió a España por asuntos del trabajo de su esposo, quedó decidido: viajaría. Ahora que estaba jubilado no tenía ninguna excusa, disponía de tiempo y su pensión, tras treinta años de servicio, le permitía ciertas holguras. Sosegadamente recordó a su mujer, que había muerto tiempo atrás, e imaginó que habría estado encantada con el viaje. Agitó el licor esbozando una sonrisa y lo bebió rápidamente.
Miró por la ventanilla y absorbió con su vista la oscura inmensidad de la noche, la luz centelleante en el ala y la plateada claridad de la luna sobre la turbina. El vuelo directo a Madrid duraría trece horas. Las azafatas ya habían retirado las bandejas de la cena y los pasajeros observaban un video, leían un libro o descansaban. Una paz húmeda y ronroneante, ocasionalmente interrumpida por una tos seca, invitaba a dormir.
Angelino recostó su sillón cuanto pudo y estiró el apoya pies. Está bastante estrecho –se dijo-, pero recordó que había pagado menos por el pasaje en clase turista y que en ese momento había aplaudido su decisión. Luego de acomodarse, observó a la joven que viajaba a su lado, hacia el pasillo: dormía profundamente y su cuerpo delicado calzaba perfecto en la butaca. Leer Más
Despedida del Maestro
de Eduardo Contreras Villablanca
Eduardo Contreras Villablanca, ha publicado cinco novelas policiales, y dos libros de cuentos. Luego de la muerte de Poli Délano se hizo cargo de su taller. Este cuento fue publicado en ¿Están escribiendo? Un libro escrito por los y las “talleristas” de Poli, como homenaje al querido escritor.
Despedida del maestro.
A la memoria de Poli Délano
Todos los discípulos estábamos en la casa de Poli en la calle Valencia, el antiguo hogar de los Délano. Tres generaciones de escritores bajo ese techo. Era raro estar ahí, sobre todo considerando que ese patrimonio de la cultura chilena, había sido demolido hacía cinco años.
Debe ser por tantas jornadas vividas entre esos muros, los que cobijaron a Neruda antes de su fuga a Argentina, que nos parecían naturales esas gruesas paredes nuevamente erguidas, luciendo los cuadros de don Luis Enrique, y esos estantes con las rojas copas mexicanas que el vate les había regalado los Délano.
—Debe estar por llegar- dijo Roxana mientras abría la ventana que daba hacia la calle. De los discípulos que Poli tenía al momento de enfermar, era la que más tiempo llevaba en el taller.
Muy bueno que hubieran dejado a nuestro maestro salir del Hospital. Sabíamos que era solo para darle la oportunidad de despedirse, pero yo abrigaba una esperanza de que fuera más que eso. Pienso que todos queríamos creer que Poli nos iba a durar para rato.
El encuentro iba a ser más alegre que esas últimas visitas que le habíamos hecho. Dolía verlo en estado de sopor, con los brazos hinchados, el catéter inoculando permanentemente antibióticos que no lograban vencer a las putas bacterias que consumían sus pulmones debilitados por el asma arrastrada desde su niñez. Leer Más
Tinta negra en los Labios
De Manuel Carrasco Inostroza, Integrante del Taller de Poli Délano que retomó su participación durante la pandemia vía online desde Melbourne, Australia
UNO
—Algún día tendremos que dejar de ser ingenuos.
Eso fue exactamente lo que dijo.
Agachado sobre el plato de carbonada que mi madre le había servido luego de esperarlo hasta esas horas de la noche.
Era Chile en el año mil novecientos setenta y tres. El doce de septiembre mencionaron su nombre en la radio dentro de una lista de personas citadas al regimiento para “declaraciones”. Por la tarde recibió a tres amigos que también figuraban en esa lista; ellos se presentarían a la mañana siguiente y sugirieron a mi padre que los acompañara, pero él se negó.
Cuando supo que los habían detenido, pareció enloquecer. Por largas horas no hizo más que caminar desesperado por la habitación; su rostro enrojecía a ratos para palidecer instantes después, iba negando con la cabeza y soltando insultos que mi madre no quería que yo escuchara.
Nunca olvidé eso de palidecer y enrojecer. Su desesperación.
Ni eso de “dejar de ser ingenuos”.
Ni que aquellos insultos no iban dirigidos a los militares sino a sus amigos.
Dos noches después se despidió, dijo que por nuestro bien.
Amigas
De Emilia Páez Salinas (1948). Profesora de Estado en Castellano, Pedagógico de la Universidad de Chile. Ha publicado El viaje (poemas, 2011 ), Mendiga en la noche (poemas, 2013 ), Enciendo el sol (disco de poemas, 2014), A veces bebía anís (cuentos, 2016). Olvidos de medianoche (microcuentos, 2017).
Pertenece a la Sociedad de Escritores de Chile.
Amigas
Paula, amiga, te escribo porque tengo esto atorado. Si lo guardo un minuto más, podría enloquecer. Quizás creas que exagero, solo te pido comprensión.
Al Choro de las Playas lo contacté yo. Hacía tanto tiempo que pensaba cómo hacer para que dejaras a tu esposo. Estabas casada con Diego, el hombre que desde hace años quería.
El Choro de las Playas se acercó un domingo y al pasar te miró. De inmediato inició una conversación de esas que él sabe. Dijo que le encantaban las mujeres blancas como un lirio, los ojos de cielo y esa sonrisa misteriosa que le recordaba a la Mona Lisa. Quedaste deslumbrada con el hombre moreno, atractivo y culto.
De ahí para adelante el Choro de las Playas fue tu admirador. Conversaba de cine porque yo le dije que eras casi cinéfila. El libro de Poli Délano que recibiste como regalo de cumpleaños, fue idea mía, ya que es uno de tus escritores predilectos. Las flores rojas, el cactus, el anillo con la turquesa, los compró el seductor con el dinero que le di. Leer Más
Marido obediente
de Jorge Chomalí
Marido obediente
Picó el perejil con torpeza -la cocina no era su fuerte- lo puso sobre el colador metálico, lo lavó bajo la llave y lo arrojó al plato con rabia; junto a la pierna de pollo, las papas y el zapallo. Equilibrando con ambas manos, lo llevó a la mesa y dijo:
‑¿En qué estaba pensando cuando me fui a casar contigo? Me viera mi padre, sirviendo cazuelas. ¡A mí, que me criaron con cuatro empleadas! –luego vertió vino en la copa.
Él, más que leer, repasaba con la mirada perdida el diario de la mañana. El calor del plato sobre el mantel bordado, lo hizo reaccionar, con los dientes apretados, agradeció y dijo:
-Mi amor, a fin de mes me suben el sueldo, recuerde el grado que tengo ahora. La institución me va a asignar empleada de puertas adentro y hasta un jardinero… -ella lo miró con los ojos pardos echando chispas, la boca apretada, las mejillas regordetas rojas, y exclamó:
‑Sólo espero que sea alguien decente, no como esa china que andabas correteando por las noches, ¿o piensas que no te vi, sinvergüenza? ¡Siempre te han gustado las domésticas, los milicos son así, el terror de los delantales! Leer Más
Amongelatina
De Mirtha Parada Valderrama.
Química Farmacéutica e integrante del Taller de Poli Délano
Amongelatina
Manuela camina rápido tratando de no llamar la atención. Lleva un bolso colgado en el hombro derecho, se dirige hacia el poniente por Avenida Agrícola en dirección a Pedro de Valdivia. Afirma fuerte el bolso de cuero para evitar algún movimiento brusco y porque va tensa y con miedo. Se dirige a la casa de Sara que vive cerca de las torres de Apoquindo, el micro 36 que hace el recorrido Pedro de Valdivia, Providencia, Apoquindo, le sirve.
¿Por qué me meto en estos líos?, piensa, la ropa que tengo es artesanal y por más que me ponga algo diferente siempre me veo hippie, debe ser por mi pelo crespo y largo, se responde mientras camina.
Sabe qué si la pillan con esos implementos, caerá presa y tal vez hasta la torturen. Respira hondo tal como aprendió en sus clases de danza, y vuelve a sentir ese placer que le produce bailar por las calles en comparsa al ritmo de los bombos y los flautines. Prefiero bailar en lugar de tirar piedras y hacer barricadas, continúa en sus reflexiones. Leer Más
De la región Antártica famosa
de Micaelina Campos, escritora, acuarelista y participante del Taller de Poli Délano
“Araucarias”
de Micaelina Campos
Tengo mucha sed. Cómo todas las tardes, despierto ávida de agua. Es difícil hablar, la garganta está seca. El polvo que dibuja surcos en mi cara también se ha pegado a las cuerdas vocales como se adhieren los harapos a mi piel deshidratada. Los ojos y la nariz ya no se me humedecen.
Recuerdo (o tal vez soñé) cuando era pequeña y la lluvia caía en cascadas, resbalaba por la piel y mis hermanos corrían a beber el aguacero, abriendo la boca cara al cielo. A veces, cuando consigo dormir, sueño que mi madre me lava el cabello con un chorro de agua que fluye desde un caño. Despierto, toco mi cabeza calva y algo me obstruye el pecho. Sé que mamá guarda un saquito donde atesora algunos de nuestros últimos mechones de pelo. Supongo que no soy la única que sueña con líquidos derramándose desde las alturas. Aunque nadie lo dice, estoy segura que a otros también les sucede. Tal vez prefieren no hablar para no gastar saliva.
Hoy ya nos repartieron nuestra cuota diaria de agua: un vaso para los menores, media taza para los adultos; pero yo sigo con sed. Por suerte estoy en la cuadrilla de los niños, éste es mi último año. Tengo quince, aunque soy menuda para mi edad.
Somos parte del último grupo que partió hacia Tierra del Fuego, escapando de Santiago, que ya está convertida en una ciudad calcinada, igual que Buenos Aires, Sao Paulo, Mendoza o Concepción. El desierto es el paisaje que nos rodea.
Dicen que en la Antártida, aún hay hielos que se derriten. Leer Más
Recuerdos de carnaval
Cecilia Aravena Zúñiga, es Asistente Social y Máster en Ciencias Sociales. Es miembro del Taller de Poli Délano desde el año 2007, y miembro de Letras de Chile desde el 2014.
Cecilia Aravena Zúñiga
Recuerdos de Carnaval
El sol hace resplandecer las piedras del camino a Camarones, en la provincia de Arica, las llamas y alpacas deambulan libres a los costados del camino principal. Las tres iglesias y sus campanarios relucen albas esperando el inicio de las fiestas. Para llegar al poblado, los visitantes recorren horas por un camino de tierra. Las casas de adobe alineadas frente al volcán, las mismas que vieron nacer a los padres y abuelos de cada habitante, se repletan de turistas y voces. Los primeros visitantes, se anuncian por el polvo que levantan al ingresar por la calle más ancha del pueblo. Hay vendedores ambulantes, carritos sangucheros, bordadoras, costureras y artesanos. La mayoría afuerinos. Los cordones montañosos y volcanes que rodean el pueblo parecen testigos mudos del gentío y bullicio que transforma la zona. Un poco más lejos, en las planicies, los salares se extienden como si el desierto estuviera recostado con su cabellera canosa esparcida por todas partes. Frente a la plaza, una pareja se detiene.
—Wara, ¿recuerdas el carnaval del año pasado? —dijo Aruni, secándose la frente con su antebrazo. El hombre se saca el sombrero de paño y despeja el mechón azabache que le tapa la cara. Es mediodía y su carretón con verduras aún está lleno. Leer más
Bártulos
Rubén Torres, periodista, productor, integra actualmente el Taller de Poli y lo hizo durante 2014.
Bártulos.
Mi abuelita, Ita, dice que nos salvamos de la cuarentena. Que antes vivían en Las Condes, en el barrio alto y no en La Pintana, que no es que ellos fueran ricos, sino que trabajaban para la familia Larraín. Que mi abuelita, la Ita era cocinera y hacía el aseo, que mi mamá cuidaba a los niños de esa familia, y el Pepe, que no es mi abuelo, hacía de jardinero, de carpintero, albañil y todo lo que necesitaran los patrones. Claro que lo dice la Ita, porque a mi mamá no le creo mucho, sacando cuentas en esa época ella tenía catorce años y a mí, que soy su hija, siempre me cuidó el Pepe y mi abuela. Mi mamá dice que no cuidó a los niños Larraín, sino que jugaba con ellos, los miraba, los vestía, los acompañaba a los cumpleaños donde iban, les preparaba su colación para el jardín, el colegio y que al mayor, al Patricio Andrés, le enseñó a cuidarse el pulgar al empuñar la mano y defenderse a combos, también a decir cosas lindas a las niñas y a besar. Mi mamá siempre cuenta que la llevaban a la playa para que los cuidara y ella todavía se acuerda de que traje de baño usaba. Bien locos los Larraín porque mi mamá nunca aprendió a nadar, hasta ahora.
Yo ni existía, pero La Ita –mi abuela que por abuelita le decimos Ita- dice que ellos se vinieron a La Pintana por la cuestión de la guerra, que los bombardearon y todo eso. Que fueron los milicos los que los sacaron. Pero la Ita está viejita y ni idea de qué guerra habla, pero ella sabe harto porque siempre ve las noticias. Leer Más
Matar el tiempo
De Grecia Gálvez
Matar el tiempo.
-Esta cuarentena ya está durando demasiado -dijo mi papá- tenemos que hacer
algo para matar el tiempo.
Pensé que yo podría ayudar y me puse a buscar una forma de matarlo. En la despensa encontré un matamoscas, pero lo descarté porque tenía una rejilla, y el tiempo se nos escaparía por las rendijas cuando… ¡bum!, le diéramos un guaracazo. Tampoco me convencieron los insecticidas, alineados en una tabla del estante, aunque sus rótulos prometieran matar toda clase de bichos: pulgas, ratones, cucarachas, de casa y de jardín. Me imaginé al tiempo escapándose de esos chorros pegajosos, muerto de la risa.
De pronto recordé que mi abuelo tiene una pistola. La guarda en su velador, en un cajón cerrado con llave. La usaba cuando perteneció a la guardia del presidente y pudo conservarla porque se le ocurrió enterrarla en el patio de la casa de sus papás, mis bisabuelos. Leer Más
Aplausos
De Cecilia Ibarra
Cecilia Ibarra
Aplausos
Extranjero, tú que vienes de mi pueblo, ¿pasaste por mi casa, has visto si floreció el cerezo?
Fragmento de un poema chino que solo conozco porque Poli Délano lo citaba y se le humedecían los ojos.
– ¡Ana, la corbata roja! ¿Dónde está mi corbata roja? –dijo mientras movía la corredera del clóset para buscar por tercera vez en los percheros.
-La tienes colgada del cuello, papá.
El viejo tomó una punta de la corbata y se puso a acariciar la suave tela. Al rato sus ojos encontraron los de Ana y una sonrisa le llenó el rostro.
-Está sonando mi teléfono, debe ser Alicia que siempre llama a esta hora para preguntar cómo estás –dijo Ana.
– ¿Alicia? ¿Qué Alicia?
-Tu hija menor, papá. Ya no suena, pero voy a devolverle la llamada ahora mismo. Seguro que puedes hacer el nudo tú solo, vuelvo pronto. –Él la miró sin soltar la tela que tenía afirmada y le hizo un gesto de adiós con su otra mano.
Ana le sonrió para luego dar media vuelta y salir del dormitorio. Unos pocos pasos para cruzar el salón y ya estaba en la cocina. Antes de tomar el celular, se llenó una copa con vino rosa bien helado. Sobre el mesón, su teléfono sonaba de nuevo y podía ver la foto de su hermana, de cuidado maquillaje y con la melena alisada, abrazando a sus dos pequeños. Leer Más